Uy Festival, 30, 31 de Octubre 2019 y 1 de Noviembre,
Desde que fue declarada la guerra contra las drogas, de eso hace ya medio siglo o más, Colombia se convirtió en campo de batalla. Sobre este país se inició una estigmatización marcada por las acusaciones y las amenazas. De país de carteles, narcotraficantes, lavadores y corruptos, fueron poco a poco marcándonos a todos y todas, como sospechosos delincuentes que transitaban con un pasaporte maldito. Las drogas, especialmente la cocaína se apoderó de la agenda mediática y de las políticas públicas. Se convirtió en amenaza mundial y, desde siempre, fue clasificada como enemigo público, para así, justificar cualquier acción represiva.
Fumigar, invadir y arrasar pequeñas parcelas de productores explotados por narcotraficantes se convirtió en una acción cotidiana. Castigar y detener a consumidores ocasionales se hizo por épocas parte de la vida urbana. Extraditar narcotraficantes se volvió rutina judicial. Hemos extraditado tantos nacionales que se convirtieron en producto de exportación nacional judicial y en la inmensa paradoja de la justicia ¿Cómo no podemos juzgarlos? ¿Los sacamos para que otros los juzguen?
Los medios, haciendo eco de los políticos de turno, enemigos de sus enemigos, corrieron la bola de que el país estaba inundado de coca, de 180 mil o 200 mil hectáreas cultivadas con la planta. Eso en un país de 120 millones de hectáreas, en donde, cerca de 30 millones son utilizadas para ganadería y algo más de 10 para agricultura. Un país, en donde el asunto de la tierra es parte crucial de todos los problemas: de la corrupción, del despojo, de la restitución, del destierro, de la ilegalidad y de mas, de mucho más.
Todo está rodeado de una estrategia de meter como miedo central de la sociedad colombiana: el miedo a las drogas. Un miedo que cubre, no sólo al que puede ser extraditado, sino también el miedo del que cultiva, el miedo de la familia de aquel que cultiva, casi siempre obligado hacerlo en medio de la pobreza. Parecemos estar sometidos a una rendición de cuentas permanente en donde la autonomía para decidir qué hacer con la parte que nos corresponde del problema se perdió hace un buen rato.
Del miedo que sienten, o nos hacen sentir, de volver a ser descertificados por el que declaró la guerra y no la sufre o si la sufre, lo hace como país consumidor en donde circula con cierta libertad el capital ilegal producto del negocio.
El Festival de este año quiere abordar el problema de forma integral, desde todas las dimensiones, con todos los actores. Queremos un diálogo abierto sobre narcotráfico pero también, sobre la legalización, sobre las drogas sintéticas, sobre el adicto, sobre las mujeres y su relación con el problema, como madres, como hijas, como abuelas.
Si usted quiere hacer parte del festival y no tiene miedo, puede hacerlo como expositor, como dialogante, si es consumidor, adicto, productor o ex traficante, también nos puede apoyar como voluntario, como aportante o simplemente como asistente.